Saturday, October 01, 2011

El gran problema

Me encontraba acostado en cama, eran más de las 3 de la tarde, intenté prender un cigarro pero la caja estaba vacía por lo que tuve que ejercer todo mi esfuerzo para ir a la tienda y tomar esa cajetilla que podría salvar mi tarde, así soy de terrenal. A la mitad del camino me di cuenta que no tenía nada de efectivo, revisé mi cartera y sólo se asomaba una tarjeta de crédito, estaba en la banca rota ya que nadie quería publicar mi novela de nombre "Oh Satanás qué ganas tengo de verte", era buena, realmente buena, pero así son las cosas, sobretodo cuando mi familia católica había usado todo su poder en el clérigo para que me cerraran las puertas en casi todas las editoriales del país, tampoco soy tan importante, en las que estaban fuera del alcance de toda percepción religiosa no la querían, simplemente la botaban.

Decidí caminar unas cuadras más para llegar al supermercado, ya que en las tiendas de los mortales no me iban aceptar la tarjeta de crédito mucho menos si ya era cliente frecuente de la sección de "aquí se fía poco". Llegué a la caja registradora, tomé la caja de esos Delicados catalogados como "super héroes" por mí, la señorita que me atendió era guapa, muy guapa, peliroja de a fuerzas pero con una piernas bien definidas, claro, sus ojos ni que decir. Me preguntó si encontré todo lo que buscaba, no contesté, ella seguía haciendo su trabajo y claro, yo le seguía viendo las piernas, me pidió que le pagara, saqué mi tarjeta de crédito y en un abrir y cerrar de ojos me pidió mi firma, puse mi nombre y al observar ella que así yo firmaba se le formó una ligera sonrisa en el rostro, yo seguía admirando sus piernas pero ella sólo me dijo "adiós", claro todas son iguales.

Atontado todavía por la sonrisa de la peliroja, me puse a pensar sobre la causa de su risa, todo iba bien hasta que  "o dios" "o por dios" "maldita sea" "no puede ser" "maldita sea mil veces más" "maldita seaaa". Así es, un escritor, a lo que yo aspiraba a ser, debía de tener algo que lo distinguiera aparte de su forma de escribir, algo que todo mundo le iba a pedir cuando su novela ya fuera un éxito, algo con lo que podía conquistar mujeres y robarle sonrisas: una estúpida firma.

Cómo no lo planeé, cómo fui tan tonto, 35 años y yo sin firma, pero es que nunca me enseñaron a hacer una, siempre he firmado con mi nombre, pero sería algo muy corriente si mis novelas las firmara con mi estúpido nombre,  maldita sea no tengo imaginación en este momento para crear una firma, son muy complicadas, las veces que lo intenté siempre reían de mí, no me puede estar pasando esto a mí - me repetía a mí mismo - pero tiempo después afirmé: yo seré un gran escritor sin firma, está decidido, algo tendré que hacer, eso es lo menos indispensable en un escritor, no me importa si no logro coleccionar bragas de mis lectoras, no crearé una firma, está decidido.

Y así transcurrió toda mi tarde, entre el debate sobre si iba la firma o no, esto me estaba provocando un fuerte dolor de cabeza y traté de meterme en cobijas para olvidar el asunto pero fue imposible, no tenía otra opción o creaba una firma o fingía demencia.

Decidí salir de casa a buscar algo que me hiciera olvidar el trago amargo- "no tengo firma, soy un fracaso"- me lo repetía a cada rato, no tenía nada más que agregar, lo pensaba y no decía nada, no argumentaba nada, no había una discusión interna en mí. Llegué a un restaurante  y pedí una carne asada con tres nopales y unos frijoles, nada mejor que eso para distraerme del gran problema que tenía, terminé y pedí una cerveza al mismo tiempo que pedía la cuenta. La mesera, una señora de carácter fuerte y brazos enormes, se acercó y me dijo "son 150 pesos", asentí con la cabeza y saqué mi tarjeta de crédito, ella realizó todos los trámites para el cobro, llegó con un papel , e igual que la peliroja, me dijo "Firme aquí".

Al momento de decirlo, saqué un cigarro, lo coloqué en mi boca sin prenderlo y realicé gesto de molestia ante la cuenta, claro mi plan era ser fuerte para que la mesera no riera sobre mi estilo de firma. Firmé, el mismo puto nombre durante toda mi vida. Lo tenía cubierto, firmar como si me molestara hacerlo, era todo, eso lo aplicaría al momento de firmar mis novelas, claro, lo tenía, era un gran plan, nadie me cuestionaría, nadie se burlaría, sólo tendrían miedo de pedirme alguna firma, una victoria más para mí.

Pero cuando uno está destinado a perder ni aunque le repitan mil veces un partido de beisbol.

La mesera al comparar mi firma con la plasmada en el plástico de crédito, me observó y con una ligera sonrisa dijo:

"Sabes, firmas como adolescente retardado"

No dije nada, me paré sin dejar propina y salí del lugar. Al hacerlo sólo prendí el cigarro y pensé "claro, seré un imbécil toda mi vida, un escritor, pero eso no me quita ni me quitará lo imbécil".

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