Thursday, May 10, 2012

La última cena

En la mañana de aquel 24 de diciembre, el triste Charlie amaneció con un dolor terrible en la garganta que lo hizo recurrir a un doctor.

Es una pena señor, lamentablemente es cáncer y ya nada podemos hacer por usted- expresó el doctor mientras su secretaria entraba al consultorio con un sinfín de folletos sobre cómo hacer un buen textamento.

No se preocupe señorita, afortunadamente no tengo ningún bien por el que mi familia se pueda pelear-afirmó el triste Charlie con un semblante de incértidumbre y un dolor en la garganta que por nada del mundo lo abandonaba.

El triste Charlie regresó al cuarto 506 del hotel "Destentación", se recargó sobre la mesa en la que se encontraba una botella de ron, comenzó a maldecir a su suerte mientras lloraba, pues recordaba sus tropiezos frente a la vida. El suicidio era una opción buena, bonita y barata para morir aquella noche y cada vez veía con más romance ponerle fin a su vida en un 24 de diciembre.

"Pongo fin al ron, quiebro la botella y que los cristales penetren mis venas."- Repetía el triste Charlie.

Un fúnebre ocaso para un escritor de la talla del triste Charlie.

En sus 64 años de vida sólo había conseguido publicar dos novelas con poco éxito, escribía poemas cada noche compuestos de versos poco entendibles, "sin mucha forma, ni fondo", decían los editores de las revistas a las que el triste Charlie mandaba sus textos.

El triste Charlie prendió un cigarrillo, destapó la botella de ron y dio un trago, minutos después el alcohol hizo efecto en él y la tristeza inundó el cuarto 506. Los colores de las paredes se transformaron al tono de la desgracia que vivía el triste Charlie, el cielo obscureció y esa noche no había luna alguna para contemplar, una auténtica tragedia.

Charlie quería tener una navidad no tranquila, así que tomó su abrigo, dio fin a la botella de ron, prendió otro cigarrillo y salió a buscar una explicación de su derrota.

Mientras caminaba por las calles de Chicago pensaba que era el fin, que después de aquella noche todo acabaría para él, que el mundo iba a festejar una navidad y nadie se iba enterar que él ya no existía, tal vez podrían darse cuenta tres días después, pero en un 24 de diciembre nadie se acuerda de los abandonados, mucho menos si están vivos o muertos.

Y así, el triste Charlie entró a una licorería pero salió con las manos vacías pues no tenía dinero suficiente para alguna botella de licor, el fracaso total. Derrotado regresó al hotel donde habitaba, se acostó en su cama y se mantuvo inerte durante unas tres horas con la vista hacia el techo. Infinidad de recuerdos pasaron por la mente de Charlie: su infancia, su primera vez, su camino como escritor, sus pocas mujeres, un hijo al que no conocía, las mujeres que amó y luego despreció, sus escasos éxitos y sus abundantes fracasos, etcétera.

Se levantó cerca de media noche, prendió un cigarro, escribió una carta donde el final era así:

"Y así
me voy,
sin pena ni gloria,
con un sabor salado entre los labios
pese a lo dulce de tu boca
y a lo empalagoso de tu desprecio.
Siempre tuyo, Charlie".

Salió de la habitación con la carta entre los dedos, se dirigió rumbo al buzón del hotel, depositó la carta y se dispuso a regresar a su cuarto para morir tranquilamente.

Pero antes de llegar a su habitación, notó desde el pasillo que da a su cuarto que una mujer se encontraba tocando su puerta.

Charlie se acercó para saber de qué iba el asunto.

Dígame, ¿le puedo ayudar en algo?- el triste Charlie preguntó a espaldas de la mujer.

¿Usted duerme aquí?- la dama contestó con otra pregunta al momento que volteaba para observar al viejo Charlie.

Al tenerla de frente, Charlie notó que la dama era dueña de una sonrisa única, que atrapan a cualquier hombre, de unos ojos parecidos a unas perlas de mar, de un color de piel que no conocía los efectos del sol y de un cabello rubio digno de cualquier estrella de cine.

Sí, yo duermo aquí- contestó Charlie, intimidado por la presencia de la mujer.

Bien, tus amigos los "del poder" me han pagado para pasar la noche contigo y complacerte en todos tus deseos- la mujer afirmó mientras tocaba la mano del ahora nervioso Charlie.

Charlie comenzó a atar cabos y dedujo que la situación en la que se encontraba sólo podría ser posible gracias a una confusión, pues si bien nunca le interesó quién o quiénes eran sus vecinos, era bien sabido que en la habitación continua a la del viejo Charlie vivía un político.

Charlie invitó a pasar a la musa a su habitación.

Hicieron el amor durante tres horas seguidas, Charlie recobró la pasión que tenía a los 20 años y ella al ver que el viejo se esmeraba en complacerla también ponía de su parte, se amaron sin conocerse y Charlie tenía más vida pese a su cáncer; la cama solo fue testigo de la locura que reinaba en esas cuatro paredes.

Una noche inquieta y rara, con suerte y desdicha en su transcurso, pero aún así Charlie seguía maldiciendo a la vida, llenándola de improperios y cuestionándola sobre por qué no había tenido más triunfos como aquél.

La mujer se marchó, Charlie la despidió con una sonrisa en la cara.

Ella bajó por el ascensor, llegó a la calle, observó la ventana del 506 atascada por la nieve y sonrió, ella supo desde un principio que no había sido ninguna confusión el que el viejo Charlie tuviera una última cena con goce de los placeres de la carne.


Hay veces que en este mundo no hay destino, ni suerte, mucho menos acción ni reacción; sólo rubias tratando de libar la última gota de alegría a hombres que llevan tatuada en la frente la palabra "fracaso".

No comments:

Post a Comment